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Oda a la serie cancelada: ‘Boss’, hasta la vista, alcalde corrupto

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Admitámoslo: mola presumir de que ves series como Boss, The Wire, o The West Wing. Uno las menciona, y automáticamente el mentón despega al cielo, te elevas un par de palmos del suelo, lanzando un claro mensaje subliminal al interlocutor: Eh, que yo soy un intelectual. El Ulises me parece un cuento para niños. El proceloso terreno de las series de culto es así: elitista y algo soberbio. Pero también infinitamente tramposo, porque aunque incluya grandes dosis de postureo o presuntuosidad, la mayoría reconocemos que estas series no son las únicas de nuestro teleadicto menú. Igual nos zampamos una comedia de 20 minutos, que un The Walking Dead, algo de ciencia ficción, o una entretenida Arrow. Pero en el Olimpo, situamos a las otras, a las que van más allá del puro entretenimiento o distracción, y nos revuelven un no se qué por dentro; por el estímulo intelectual o por la profundidad de su relato.

Estamos más que advertidos quienes nos abandonamos al placer de estas producciones, de que nuestro disfrute es siempre bamboleante, porque lo sobrevuela el azote de las cancelaciones. La engolada aprobación de los críticos sin el respaldo de la audiencia no suele ser suficiente … a no ser que seas HBO, y te permitas hacer delicatessen que vean (y veneren) cuatro gatos. -Total, años después todo el mundo jurará haberla visto y la tildará de obra maestra-. Pero no siempre es el caso. Son muchas las rabietas que nos pillamos cuando nos enteramos de que esa serie estupenda que tanto prometía se va al garete porque los números no cuadran. Para canalizar esa satisfacción, en Seriemente creamos tiempo ha nuestra Oda a la serie cancelada, a modo de muro de las lamentaciones virtual, para protestar y patalear debidamente cuando esto ocurra. Y hoy, ha vuelto pasar. La víctima es Boss, y su ejecutor es la cadena Starz. Lamentémonos.

Es de justicia reconocer que con Boss nos ha pillado el toro. La disfrutamos desde la pasada temporada, y muchos de vosotros nos hicisteis notar la falta de mención a ella en el blog … y ahora ya es tarde, porque nunca habrá una tercera temporada. Sirva esto como desquite (obligadamente) póstumo.

A través de la historia del alcalde Tom Kane (Kelsey Grammer), Boss nos presenta el panorama de la suciedad y corrupción del poder en una ciudad tan llamada al pecado como Chicago. En el lar del dinero negro, los gángster y los clubes, el alcalde es el más perverso de este drama político. Con una brillantísima interpretación, Kane da vida a un político al borde del abismo desde el primer capítulo, cuando le detectan una enfermedad degenerativa que afectará a todas sus facultades. El maquiavelo chicagoense no tiene ninguna intención de renunciar al trono, y mantendrá la complicada dolencia en secreto. Y a uno no le cuesta darse cuenta de que no tiene más remedio, en cuanto descubre la oscura selva de maquinaciones que son su trabajo y su hogar, donde vislumbramos un poco de ese salvajismo épico de Deadwood y algo de la ruindad política que fluía en The Wire.

En Boss todo está podrido, corrupto. En todas y cada una de las subtramas que aborda, vemos lo peorcito de la fauna humana: los tejemanejes políticos en las primarias a gobernador, las mafias de la construcción, las vergüenzas de la enseñanza, el sexo como herramienta de poder, las relaciones familiares irremediablemente enfermas del alcalde… Demasiado, diría yo. Y no porque abomine la oscuridad de la que hace gala la serie, sino quizás, por el exceso y la irregularidad de sus historias secundarias. Lo siento, pero hay tramas en Boss que ni a patadas han logrado que me interesen,  como esa hija yonkie metida a párroca episcopaliana chunga, que lo da todo en su clínica de ayuda a los más necesitados.

Boss opening credits from Julio C. Piñeiro on Vimeo.

Pero quizás no sea este el peor pecado de Boss, ni, posiblemente la causa de su “muerte”. Boss quería ser una obra maestra, y echó toda la carne en el asador para que así fuera, desde la primera escena. Puede que se pasara de tuerca, porque, a veces, todo quedó un pelín impregnado de ese tufillo de exceso de solemnidad, de pretenciosidad cargante. Aunque sea sólo a veces.  En suma, alabo las bondades de Boss, que ganan por goleada, pero no me resisto a tirarle un pelín de las orejas ahora que sé que no la volveremos a ver.

Eso sí: Boss merece verse. Y no sólo por el enorme Kelsey Grammer -que ahorca, casi literalmente, a Fraiser- sino porque es un verdadero placer. Rodada con mimo cinematográfico, la serie tiene una calidad por encima de la media, que se percibe desde sus cuidadísimos títulos de crédito. Oscura, pesimista y desesperanzadora.  Quiso ser HBO y no pudo, pero el intento fue muy de agradecer. Y de disfrutar, qué narices.

 


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